jueves, 23 de marzo de 2017

Siesta interrumpida

El portero de la casa donde vivía de joven acostumbraba a echarse la siesta en la acera de la calle, junto al portal, echando la silla hacia atrás de tal forma que sólo tocaban el suelo dos patas y el resto de la silla con el peso de su cuerpo descansaba sobre la pared. De esta forma pasaba las largas horas de calor y sopor del verano durante la esa hora después de comer en que el cerebro se adormece ya que el estómago necesita toda la energía para digerir los alimentos. Pero hubo un día en que esa siesta se vio interrumpida de una forma insospechada.

Cuando un niño está aburrido y no sabe en qué entretenerse... ¡peligro! porque puede hacer cualquier trastada, y eso es lo que hice aquél día. Estaba dando vueltas sin saber qué hacer y salí a la terraza (un octavo piso). Coloqué una larga fila de chapas de bebidas sobre la barandilla de la terraza, y cuando las tuve perfectamente alineadas comencé a darles papirotazos (cuando el dedo pulgar y el índice se juntan y a continuación se sueltan con fuerza para impulsar un objeto) lanzando una tras otra todas las chapas hacia la calle.

Imaginaos el espectáculo. El portero durmiendo la siesta reclinado sobre la pared, cuando de repente empieza a caer desde las alturas una lluvia de chapas. Supongo que debió pegar un respingo de su silla, si es que no se cayó del susto, y... subió a casa a protestar por la gamberrada que no podía venir de otro vecino más que yo. 

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