miércoles, 1 de marzo de 2017

El compinche de Tamariz

En un par de ocasiones contraté a Juan Tamariz, el mejor o al menos uno de los mejores magos de España, para que amenizase el fin de fiesta de un par de Convenciones de Ventas en la empresa de agroquímicos en la que trabajaba. La primera vez fue en el Hotel Palace de Madrid y allí nos dejó a todos con la boca abierta porque nadie era capaz de descubrir cómo hacía tales prodigios mágicos. ES más, al finalizar la actuación, en vez de coger el dinero y salir corriendo, se quedó un rato con nosotros y accedió a hacernos nuevos juegos de magia fuera de programa. El que más me sorprendió fue el siguiente: mostraba una moneda en la palma de una mano y esa moneda pasaba por arte de magia (nunca mejor dicho) de una mano a otra. Pero hay que explicar en qué condiciones: estaba sentado con varias personas de mi empresa a su derecha, otras a la izquierda y otra detrás; se había arremangado hasta el codo; sus manos no tocaban nunca la mesa; y cada uno de sus brazos, a la altura de sus muñecas, estaba agarrado firmemente por un compañero a cada lado. Pues en esas condiciones era capaz de hacer desaparecer la moneda de una mano y que apareciese en la otra, y no una sino muchas veces.

El éxito de su actuación fue tal que al año siguiente decidimos contratarlo otra vez, en esta ocasión la convención se celebraba en el Gran Hotel La Toja, en Galicia. Pero esta vez, me pidió que le ayudase en uno de sus trucos. Así, en mitad de su actuación, sacó al escenario a un vendedor y lo sentó en una silla. Mientras él lo distraía me hizo una seña para que yo también saliese al escenario pero por detrás para que no me viese el vendedor sentado, pero sí todos los demás espectadores. Tamariz no paraba de mover una pequeña pelota de goma delante de los ojos del alucinado vendedor y de repente la lanzaba por encima de su cabeza con tal habilidad que iba a parar a mis manos y el vendedor tenía que frotarse los ojos porque no sabía a dónde había ido a parar, y así varias veces, ante la incredulidad de la víctima y el regocijo de todos los espectadores. 

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