lunes, 27 de febrero de 2017

Las transparencias opacas

Apenas llevaba unas semanas trabajando como Jefe de Publicidad en la compañía de agroquímicos Zeltia Agraria cuando el entonces director general me pidió que le preparásemos unas transparencias (era lo que se usaba entonces ya que no existía el Power Point, vamos , ni siquiera existían los ordenadores) para una reunión. Pero justo aquél día no estaba mi adjunto Javier Cebrián, que era el artista gráfico y quien debería hacerlas. Sin embargo aquello era una urgencia y no podía esperar al día siguiente, había que hacerlas en las dos horas siguientes. Por más que insistí en que aquello no era lo mío, que mis habilidades eran otras, no conseguí resultado; Bruno Maire –que así se llamaba- me pidió que se las hiciese yo, que eso no debía ser tan difícil. (Eso es lo malo que tienen la Publicidad y la Comunicación en general, que todo el mundo se cree que es muy fácil).

Viéndome entre la espada y la pared, decidí con mi mejor voluntad hacer aquellas transparencias. Con los cuadros, flechas y texto no tuve problema, pero así quedaba muy soso, había que darle color. “¿Y cómo le doy color a esto?”, me dije. Rebusqué entre los cajones de Javier y encontré unas láminas adhesivas de distintos colores. “Esto me valdrá”, me dije. Y así fui recortando trocitos de aquellas láminas adhesivas transparentes, y las pegué en los lugares que me parecieron más apropiados. El resultado final fue bastante aceptable: aquellas transparencias ofrecían muy buen aspecto. Pero... no hice ninguna prueba de proyección y tal cual se las entregué a Bruno.

A él le satisfizo el aspecto que tenían y se las llevó tan contento a su reunión. Sin embargo al acabar la misma vino hacia mi y me dijo que aquello que le había preparado eran unas “transparencias opacas” porque al ponerlas en el proyector (quizás por el pegado de las láminas de colores) las zonas que había coloreado quedaban prácticamente opacas, sin que pudiese leerse lo que había escrito debajo.

En fin, lo malo no fue haberle complicado aquella presentación, sino el cachondeíto que se traía después a costa de las “transparencias opacas”.

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