martes, 27 de diciembre de 2016

El anfitrión de los borrachos

En su afán por agasajar a los médicos para que luego estos receten sus productos, los laboratorios suelen invitarlos a congresos, reuniones, simposios, mesas redondas, y todo lo que se tercie. Los laboratorios serios suelen vestirlo de “carácter científico” para que quede bonito y “ético”, así que suelen organizar alguna sesión científica como pretexto y alrededor montan toda una parafernalia de agasajos, desde el viaje, a las visitas turísticas exclusivas, pasando por copiosas comidas y cenas, buenos hoteles, distintos detalles de agradecimiento, y muchas y constantes reverencias por parte de los Delegados del laboratorio que los guían y acompañan.

Pero no penséis que esto es exclusivo de España, que en todos los países pasa lo mismo, y este es el caso al que me voy a referir ahora. Resulta que la filial belga del laboratorio en donde trabajaba, quiso organizar unos viajes turísticos con médicos belgas para que visitasen España, pero eso tiene poco de ciencia médica, así que había que adornarlo. Para ello pensaron que una buena idea sería organizarles una visita a la fábrica que la filial española tenía en Galicia, cerca de Vigo, conscientes que los hoteles españoles son muy buenos y el marisco... ¡no digamos! Se pusieron en contacto con el presidente de mi laboratorio para pedirle ese favor y este accedió... pasándome a mi el muerto: tendría que ocuparme yo de vestir de ciencia esa visita.

Hablé con el director de la fábrica y este, amablemente, se escaqueó; como mucho logré sacarle que diera un saludo de bienvenida a los médicos belgas y luego le endosase al Jefe de Fabricación la visita guiada por las instalaciones. Toda la parte “científica” me tocó, pues, a mi.

Se me ocurrió que, como acababa de hacer un folleto corporativo contando la historia de la compañía, podía llevar eso al cine, es decir, hacer un audiovisual con el cual contarles la historia de investigación y descubrimientos de mi laboratorio, y así entretenerlos. También me preparé una presentación Powerpoint para ponerles al día de nuestros recientes lanzamientos y de las nuevas moléculas que estábamos investigando. Con eso ya tenía una justificación “científica” para la visita y a los responsables de la organización del viaje les pareció perfecto... siempre que no ocupase mucho tiempo ya que no querían pasar más de tres o cuatro horas en la fábrica puesto que tenían un programa muy apretado de visitas a bodegas, restaurantes, monumentos arquitectónicos, etc. Claro que yo ya me olía el percal y sabía qué era lo que de verdad le gustaba a los médicos, así que hablé con el cocinero que llevaba el comedor d empresa y le dije que para ese día tuviese preparada a modo de bienvenida, unas abundantes tapas de empanada gallega (nunca he probado una mejor que la que preparaba este cocinero) y unas cuantas (cuantas más mejor) botellas de Albariño para acompañar.

Por fin llegó el día y aparcaron en la explanada de la fábrica dos autocares de donde se fueron bajando 70 u 80 médicos belgas. El personal de cocina se apostó a ambos lados ofreciéndoles la empanada y el vino. Su cara cambió de expresión cuando comenzaron a degustar esos majares... y lejos de continuar su camino hacia el salón donde habría de impartirles mi charlas “científicas” se quedaban pegados como lapas a las bandejas de empanada y copas de vino. Costó mucho trabajo apartarles de allí y conseguir que pasaran al salón... en realidad cuando lo hicieron apenas si quedaban unas migas de empanada en las bandejas y ni una sola gota de vino en las botellas.

Fue así como me enfrenté al grupo de médicos más contento que jamás había visto. Primero les saludó brevemente el director de la fábrica y luego puso pies en polvorosa y me dejó solo frente a ellos. Les hice la presentación (no me extendí mucho porque ya se veía en el ambiente festivo que aquello les importaba bien poco). Cuando terminé, una gran salva de aplausos atronó en la sala. Después se proyectó el audiovisual (menos mal que sólo duraba 10 minutos) y, al comprender que eso ya era lo último, sus aplausos resonaron más atronadores aún. La verdad es que no llegaron a cantar el “Asturias patria querida...”, quizás porque eran belgas, pero poco les faltó.

Después hicieron una breve visita a la fábrica, entre risas y bromas en su idioma, y subieron de nuevo a los autobuses para ir a comer... y beber de nuevo.

Poco después, los responsables de nuestra filial belga me dio una mala noticia: había tenido tantísimo éxito aquella experiencia, que querían repetirla varias veces más. Y como podéis suponer, a mi me tocó entretener y emborrachar a los médicos belgas. Más de 400 –en distintas tandas- llegaron a vivir (y a beber) esta experiencia.

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