sábado, 19 de julio de 2008

Quiero ser como Risto

¡Yo quiero ser como Risto! ¡Qué gozada eso de decir lo que te de la gana sin la pesada carga de tener que ser siempre políticamente correcto! En realidad Risto no dice nada que no sepamos o que no pensemos la mayoría. Dice cosas lógicas y elementales... pero a lo bestia. Por eso llama la atención y nos encandila. Además, tiene sentido del humor y en cada gala nos deleita con algunas “perlas” dignas de cualquier antología. El se sabe la auténtica estrella del programa, al igual que los productores que han encontrado un enorme filón en su mordacidad.

En esta vida hay que ser sinceros y decir siempre lo que se piensa. El problema es que cuando oímos algo que no nos gusta enseguida lo tomamos como una ofensa. No debiera ser así. Tendríamos que acostumbrarnos a ir con la verdad descarnada (de lo que pensamos y sentimos) siempre por delante y a no ofendernos con las opiniones contrarias. Pero eso es una utopía, como la de mi amiga Blanca, y me temo que sólo en Risto y “sus galas” encontraremos, en un "borde" ajeno, esos momentos de liberación.

Ojalá cuando me jubile y mi nombre no esté ligado a ninguna empresa o institución que me obligue a ser correcto, yo también pueda ser como Risto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado y apreciado Palabras Inefables:

Quizás mi ánimo tamizado por mis experiencias, como en todos, este como herida aún abierta por la “sinceridad” de más de un magnate/mangante de ella misma, no lo sé, tampoco creo que sea determinante, pero este comentario sobre este nuevo “yo soy sincero y siempre digo la verdad, duela a quien duela”, es algo, permíteme la libertad, acalorado y poco reflexivo.

Sinceridad, bandera de casi todos, gran huérfana del mundo actual. Tus padres, amor y tolerancia, quedaron en tiempos pretéritos.

Amor, porqué aquel que espeta una verdad a la cara de otro sin caridad, o es un déspota, o está pagado de si mismo.

Tolerancia, porqué cualquier verdad es susceptible de ser tangente a la realidad, sino a la nuestra si a la de cualquier otro.

Y la compañera que nos hace y la hace más grande, la humildad.

Sinceramente, ensalzar a un personaje, -entendiéndose como personaje televiso- , divertido desde el palco que proporciona la experiencia y la edad, pero sin duda déspota en sus afirmaciones y maneras, intolerante incluso hasta rallar en la agresividad verbal, y despojado de cualquier atisbo de humildad, cuando menos es para meditarlo.

Espero que mis palabras, que buscan otro matiz, tan sólo, siempre, las admitas como las de un amigo que cree que las recibirás como tal.

Desde el Sur, un siempre seguro admirador de ustedes….

Anónimo dijo...

Querido amigo del Sur: mi comentario es solo una elucubración en el terreno de la utopía, a raíz de la existencia de ese “personaje” que de puro borde nos hace reir.
Ahora bien, fuera anécdotas, la pregunta sigue en pie y tiene muchos matices, pero en el fondo es lo mismo: ¿sería posible que los humanos pudiésemos escuchar –sin sentirnos afectados por ello- cualquier tipo de comentario u opinión diferente a los que nosotros pensamos o creemos? ¿No sería mejor la convivencia si todos pudiésemos decir con una sonrisa lo que opinamos y creemos, y escuchar con esa misma sonrisa las opiniones y creencias contrarias? ¿Por qué esa obsesión por convencer a los demás de lo que nosotros pensamos y creemos? ¿Seremos capaces algún día de intercambiar opiniones sin tratar de convencer al contrario?
Precisamente, los niños se expresan así; no tienen miramientos y dicen lo que piensan (¡qué señor más feo! ¡esto no me gusta! …), lo que pasa es que luego van creciendo con los adultos y los contaminamos, haciéndoles perder su inocencia y espontaneidad.